lunes

grand theft autumn.


Un muy amigo mío hace un tiempo me manifestó su inquietud con respecto a mi extraña fascinación por el otoño.

Y la verdad es que no tiene mucha ciencia, tampoco me voy a ir en metáforas baratas para pintar algo que con tiene una belleza en sí misma:
el cielo es un paraíso inexplicable, las nubes son una realidad paralela con la que sueño frecuentemente desde que tengo conciencia.

Atesoro el otoño en mí como una atmósfera ideal para mi vida. El otoño tiene un sabor distinto sobre los labios partidos algo rojizos, el otoño tiene un sabor distinto que me seduce curiosamente; el otoño tiene un olor que me acobija hasta la mirada. El otoño tiene canciones que resuenan en la garganta cual perfecta banda sonora; el otoño tiene colores que contrastan las emociones y que tiñen perfectamente las calles, a la gente, a las cosas.

El otoño me supera, el otoño me embruja.

El otoño soy yo. El otoño es yo. 

Quiero andar en mi bicicleta sobre las veredas cubiertas de hojas secas con locura.

Los grados de calor son mucho más disfrutables en este momento.

El otoño me recuerda mi lado soñador e ilusiorio de una adolescente que se enamora de las cosas insignificantes, que se enamora de las cosas que los demás no miran, el otoño desprende mi lado romántico de la vida y me hace más cálida que fría.

Hay muchas frases que invento en mi cabeza que me gustaría recordar a veces.

Extraño a veces componer las cosas que solía hacer, quizás las retome...
pero eso sucede sólo cuando es necesario, 
quiero encontrar nuevos rostros en mis palabras, 
quiero encontrar una materialización de las cosas que soy o que no era,
de las cosas que ya no soy y de las que tengo ahora.

Sigo siendo la misma, sólo que a veces distinta.






El otoño es una dulce melancolía para mí.




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