Nunca.
En ese entonces yo no escribía sobre amor. En ese entonces, la verdad, no escribía nada muy serio: eran sólo atisbos, bosquejos, pensamientos contagiados por un algo que inundaba. Básico. Cosas que ahora luego me dan un poco de vergüenza reconocer.
No, en ese entonces yo no escribía de amor porque no lo conocía realmente. Yo no escribía sobre amor porque el amor me había llenado vagamente; me dio la espalda un par de veces, dejando esa huella que para entonces la hacen a una sentir algo más, pero que bien en el fondo, de alguna manera, una sabe que no es tan terrible. Por lo menos todavía no.
Las escasas cosas que escribí con cierta relación al amor no eran nada tan importante del todo, mucho menos aquellas que suponían un nombre y apellido porque eran sólo ideas y sensaciones.A él nunca le conté que escribía, y si lo hacía, menos iba a mostrarle lo que era. Él más que todos no lo habría comprendido, aunque jamás se me ocurrió compartirle esa parte de mi vida. ¿Para qué?
Y fue mejor así. Ese espacio privado se llenó de otra cosa donde las palabras no bastan. Y yo no pensé escribirlo porque eso no era amor. Yo no pensé escribirlo porque yo era simplemente yo. Yo ni siquiera pensé en escribirlo aunque fuera sólo para mí. Pero las palabras que sellan un secreto resuenan más que el secreto mismo. Y sí, finalmente terminé escribiendo una tontera al respecto.
Nunca se lo dije. Alguna vez, ya después, pensé en mencionárselo, pero decidí que era mejor que no. Ni si quiera yo lo he leído, ni si quiera he podido, porque sé que esa composición no es suficiente para retratarlo todo. Él se llevó una parte importante de mí, pero lo que yo escribí acerca de eso es mucho más íntimo que mi propia piel. Y ese detalle... ese detalle no se lo pienso regalar.
Nunca se lo dije y nunca se lo voy a decir.
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