martes
vestido de ciudad.
Paso largos trayectos buscando una canción que se acomode en la cuenca de mi oído y parezco no encontrar ya las palabras exactas que las sensaciones de mi cabeza parecen anidar. Salgo a andar sin destino a ratos y pareciera que todo es lo mismo: andar sin destino por la ciudad. Llevo la ciudad sobre mis pies cual si me escondiera entre las rodillas en sus rincones, pero en cada rincón habitan ecos que retumban aún hasta en el cuello, incluso de manera imperceptible. Los días me parecen más bonitos que nunca, los días soleados ya no apagan algo en mí, al contrario, lo encienden y pienso que me encantaría no pasarlos sola (creo que he aprendido a valorarlos, un poco tarde eso sí). Siento que las mañanas son bonitas, los atardeceres son eternos y las noches son inmensas... siento que el día se consume más rápido de lo esperado (esperando qué? no sé - miento, sé pero no sé cómo) y siento que no quiero compartirme eso sola tampoco. Llevo la ciudad sobre mis pies cual un mapa inscrito en la piel de todo lo que he recorrido y me queda por recorrer, un mapa donde guío la mirada cabizbaja como si así pudiera encontrar la periferia sobre mi coronilla. Pero veo mis pies solos de andar, siguiéndose uno al otro, sabiendo que el delantero no sabe para dónde va. A veces extraño ciertos andares como componiendo música con las deficiencias y las hazañas, con la historia de las huellas al pisar. Llevo la ciudad sobre mis rodillas y quisiera encontrarme una vez más en un punto perpendicular de caminos, cruces y mundos. Ojalá las noches infinitas fueran siempre las mismas... ¿Sabes? Las paredes de concreto de las que se constituyen estos espacios urbanos parecieran no ser suficientes para separar a la gente de la otra, ni para sustituir o materializar aquellas paredes emocionales, de lazos que nos creamos tanto de cerca como de lejos con algún otro. También sé cómo las paredes te encierran en tu propio encierro y hablas fuerte para no sentir tu propia soledad, sin poder escuchar que ahí estoy yo escuchando cada respiro, cada mirada y quizás cada impulso... sólo eso un poco hasta después, un momento después. La ciudad es interminable y la llevo sobre mis piernas, pero aún así puedo marcar el paso del lugar exacto donde quisiera estar.
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