miércoles

cortorelato 18.

 La douleur exquise

Una noche soñé que me encontraba viajando a un lugar que desconocía. Arribaba y tomaba un colectivo que me llevaba a ese punto que era más cerca de lo que pensaba. Hablaba con un paco preguntándole unas coordenadas y no tenía idea que el lugar por el que le preguntaba quedaba prácticamente una cuadra detrás de él. Me quedé contemplando el lugar desconocido pensando qué hacer, por un momento se me ocurrió quedarme con él para tener con quien hablar, pero me iba. Llegaba a un hostal en el que me decían que sólo quedaban piezas compartidas y yo sentía que mi gestus psicológico se abrazaba a mi bolso con miedo, las imágenes en mi cabeza eran terroríficamente exageradas. Salía a la calle a buscar otro lugar para dormir, tocaba el timbre de una casa y una señora redondita como hecha de azúcar y mashmellow me recibía y yo le pedía que me hiciera un precio porque no iba a ocupar ni cable ni ducha ni tomar desayuno porque sólo quería un lugar donde pasar la noche las pocas horas que supuestamente dormiría. Ella sólo me decía "cuídate, cuídate". Decidí salir y volver a la plaza, esa misma que había visto en otra parte que me sirvió como mapa. Caminaba por la calle histórica y a lo lejos divisaba sus colores. "Oh fuck". La oscuridad teñida de las luces amarillas de ampolleta que envuelven una atmósfera de los sueños aún no me hacía sentir ahí porque no se sentía real. El lugar estaba lleno de imágenes que sobre estimulaban mi cabeza y yo sólo podía pensar en mi tesis cada vez que los miraba. Él sirvió vino. Yo apenas lo miraba, intentaba actuar normal y tranquila, tenía claro a lo que iba, pero no podía evitar intentar mirarlo largamente. Él tomaba vino como si fuera agua. A mí también me habría gustado tomármelo como agua, pero tenía que ser una señorita. Le preguntaban si estaba nervioso y él decía que sí, lo encontraba demasiado tierno. Esperábamos mucho rato, un rato que se suspendía en el tiempo, en el aire. Yo aún no me creía estando ahí. Iba al baño y cuando volvía, él ya estaba ahí listo, pareciendo que el resto de la gente no existiera. Quise cantar, pero la gravedad succionó mi voz y quedé muda. La gravedad me mantuvo amarrada a la silla, evaporándome mientras tenía los pies anclados al suelo. Creo que es una sensación demasiado extraña de sentir. Entre un par de cigarros y libre el aire, recuerdo que sólo quería mirarlo extendidamente y hablarle por horas, pero no pude, es como si me hubiesen robado la voz, y la adultez. Sentía unas ganas locas de estar cerca de él, pero el embrujo me mantuvo paralizada. Creo que esas par de horas fueron de aquellas más largas que uno tiene en la vida. La noche siguió tiñiendo una instancia que pareciera no tener fin... ni sentido. Me encaminó, creo que casualmente más bien, hasta el hogar de la señora de azúcar, me dijo que podía irme con ellos si quería, pero una responsabilidad maligna se apoderó de mis nervios y decidí irme. Pero cuánto, cuánto, cuánto, cuánto, cuánto, cuánto, cuánto lamentaba no haberme quedado más tiempo con él, haberle mirado hasta que no diera más, hasta que se venciera el tiempo, pero la tierra se ancló como dos puños en mis tobillos y me arrastraron hacia la cama que recibiría mis huesos, mientras mi cabeza sólo sólo sólo sólo pensaba en él.
Desperté a la mañana con la luz del día, como si anoche nunca hubiese estado ahí, como si ese lugar no fuera el mismo que conocí anoche, como si lo hubiese soñado a él anoche. Porque todo pareció un sueño, del que lamentablemente tuve que despertar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario