Las palabras se esconden entre mis manos.
Mis palabras se esconden de mí,
mis palabras temen de lo que pueden decir.
Muchas de ellas tienen ya nombre,
las conjugaciones anuncian cada una
una historia distinta, una historia específica.
Mis palabras temen develar algo
que no quiero que sepan,
que no quiero que sepas,
que no quiero ni yo saber,
que a veces no quiero recordar,
pero que reclaman un grito sordo por dentro.
Parecen tan obvias,
tan gráficas, tan explícitas,
faltas de discreción, faltas de suspenso.
Creo que otros asuntos han ocupado esos espacios,
los más recónditos de mi cabeza, de mi alma,
de mis lágrimas, de mis risas, de mi memoria.
Cosas que ya no son palabras escritas,
son destellos de luz que escapan entrecortados;
si abro demasiado la ventana, me encandilo,
si no la abro, el encierro me angustia.
Empujo
constantemente
la puerta
para abrirla
y cerrarla
a la vez.
Mis palabras son un tornado que cruzó
esta habitación y las acomodé en un cajón.
Mis palabras se han transformado
en sensaciones que no sé cómo verbalizar,
siento que mis emociones están pasadas de moda,
no están en su esplendor,
más no a flor de piel.
Quiero volver a hacer magia con mis palabras,
quizás deba restregarlas en mi rostro
para sentirlas mías otra vez.
Aunque hable de ti, o de ti, o de aquel,
o de lo que ya fue, o de lo que no fue.
Me he vuelto fuerte
(de cierta manera)
que he ahogado mis palabras,
pero a veces olvido que
las ahogué dentro de mí.
Soy un contendor,
de palabras
ahogadas
sin expresar.